Durante más de seis décadas, Baltazar Ushca ha ejercido un oficio que se ha vuelto cada vez más raro: el comercio de hielo. Una o dos veces por semana, este dedicado hombre escalaba las gélidas laderas del Chimborazo, el pico más elevado de Ecuador, para cortar bloques de hielo de un glaciar. Usando un pico, envolvía los pesados bloques de 27 kilos en heno, y luego los transportaba a lomos de sus burros a las aldeas cercanas.
El negocio comenzó como una actividad familiar. Su padre, Juan Ushca, era comerciante de hielo, al igual que sus hermanos, Juan y Gregorio. Juntos, se ganaban la vida de manera modesta, aprovechando el hielo puro que el Chimborazo ofrecía.
A pesar de que Baltazar Ushca, con su estatura de apenas 1,49 metros, continuó esta tradición, su trabajo se convirtió en casi obsoleto décadas después de que la refrigeración moderna llegara a su comunidad. Sin embargo, se convirtió en una figura emblemática, conocido como “el último de su raza”, vendiendo los bloques de hielo a precios modestos, principalmente a los vendedores de un mercado en Riobamba, Ecuador. Su hielo era apreciado para la elaboración de bebidas de frutas y helados.
“Del Chimborazo, el hielo natural es lo más bueno”, expresó Ushca en un breve documental titulado El Último Hielero (2012), dirigido por Sandy Patch. “Es sabroso y dulce. Esa vitamina es para los huesos”.
Una vez que llegaba al mercado, Baltazar repartía los bloques de hielo cargándolos a la espalda, una tarea que requería gran esfuerzo y resistencia.
“Mis hijos dicen: ‘Papá, ¿por qué andas con tanto sufrimiento aquí?’”, compartió Gregorio Ushca, uno de sus hermanos, en el documental. “Mucho frío y está muy lejos la caminada, ¿si casi no le ganas nada?”.
La historia de Baltazar Ushca es un testimonio de los cambios culturales y la adaptación en un mundo que avanza rápidamente, donde las tradiciones se ven amenazadas pero aún persisten en el corazón de aquellos que las han heredado.